Benazir Bhutto, la ex-primera ministra del Pakistán, ha caido abatida en un atroz atentado justo en el momento en que parecía tener allanado el camino para volver al poder en su pais.
Mujer de valor y entereza, abandonó un exilio de ocho años y retornó al pakistán a dar el frente en la batalla por reemplazar al autócrata militar Pervez Musharraf, y con lo primero que la recibieron fue con un horripilante atentado terrorista que causó decenas de muertes.
Sometida a prisión domiciliaria temporalmente, no se amedrentó frente al poder desbordado, frenético y asustadizo que pretende perpetuarse a golpe de sangre, saña, terror y espanto, y sin mas seguridad que la de sus propios partidarios expuso su vida al peligro latente que la perseguía.
Ayer, finalmente, un agente del terror le disparó a matar y luego hizo estallar explosivos que, a su vez, causaron otras muertes, en un acontecimiento que desestabiliza el proceso electoral y enciende la chispa para una confrontación mayor entre el gobierno y los opositores.
No quedan dudas de que esta muerte y los sucesos que la antecedieron para arrinconar y atemorizar a la población a fin de que no concurra a las elecciones congresionales de enero han sido el producto del afán de un hombre por mantenerse en el poder por encima de la voluntad del pueblo y apelando a los recursos mas innobles e inhumanos y a las triquiñuelas mas disímiles para buscar su “legitimación”, a lo interno y externo de Pakistán.
El asesinato de Benazir Bhutto es un factor desencandenante de mayor inestabilidad en una región que de por sí es volatil, no solo porque Pakistán y La India mantienen una tensa disputa territorial, sino porque en la vecina Afghanistán se libra todavía una lucha entre la coalición militar lidereada por Estados Unidos y las células de Al Qaeda, la organización de Osama Bin Laden, mientras que Irán y Siria son denunciadas como naciones protectoras del terrorismo, Irak sigue bajo una sangrienta estela de enfrentamientos y atentados y las ex-repúblicas soviéticas del norte no terminan de encontrar el camino de la estabilidad y la institucionalización.
Es una pena que el mundo siga estremecido por estas brutales e irracionales discordias y por estos sorprendentes atentados contra personas que estaban llamadas a jugar un papel de liderazgo en sus respectivos países.