”Si es peligroso ofrecer resistencia a una dictadura militar, más peligroso es no hacerlo”. Esta cita pertenece al artículo “Estado de excepción” escrito por la líder opositora paquistaní, Benazir Bhutto, asesinada a balazos ayer jueves durante un mitin político. En su artículo, Bhutto señalaba que había llegado el momento de que las democracias occidentales demostraran con hechos de qué lado están.
En especial, señalaba a Estados Unidos que proclamaba la necesidad de democratizar a Pakistán mientras suministraba una ayuda que supera los diez mil millones de dólares al general Pervez Musharraf, el dictador que gobierna ese país y a quien Benazir había señalado como principal responsable si le ocurría algo. Bhutto, cuyo padre y hermanos también fueron asesinados por razones políticas, dijo en su último discurso que toda su familia se había sacrifi cado por la democracia en Pakistán. No sabía que estaba a segundos de tocarle su turno.
La suya fue una vida excepcional. Fue la primera mujer gobernante en un país musulmán. Para tener una idea de lo que signifi ca este hecho, basta con leer el testimonio de Mukhtar Mai, una paquistaní que fue violada por decisión del consejo de sabios de su pueblo. Ella cuenta que las mujeres de ese país son educadas para la sumisión absoluta y tienen prohibido dirigirles la palabra a los hombres.
Y fue allí donde Benazir Bhutto se convirtió en líder de miles de musulmanes que, ahora, lloran su muerte a sólo 15 días de los comicios en que pudo ser electa, por tercera ocasión, primer ministro. Este crimen es una tragedia de dimensión mundial que alcanza, incluso, a los países con gobiernos hipócritas, aquellos que, como mucha gente, veían venir la muerte de Benazir y no hicieron nada para evitarla.