viernes, 28 de diciembre de 2007

Clima de sospechas cruzadas a un paso de una guerra interna


El vacío político y el miedo a la guerra civil ha dejado como consecuencia el brutal asesinato de Benazir Bhutto en Pakistán. El medio millón de militares del ejército es capaz de controlar el caos extendido que puede producir el dolor de su muerte. Pero son las contradicciones que genera en su islamizada población la polémica "guerra contra el terror" promovida por los norteamericanos, su necesidad de respaldar al presidente autócrata Pervez Musharraf para continuar la ocupación afgana y la resistencia de los paquistaníes a esa influencia las que pueden llevar a la anarquía a la república islámica con poder nuclear.El gobierno del presidente desvestido de su uniforme militar para ser occidentalmente aceptado pretende realizar las elecciones legislativas del 8 de enero para demostrar que no ha perdido el control. Pero la oposición ha sido descabezada por el asesinato de Benazir y la descalificación de Nawaz Sharif, el líder más popular, para participar en el comicio. La elección sólo acentuaría más aún la ilegitimidad de Musharraf, nacida de la disolución de una Corte Suprema que no quería legalizar su nuevo mandato tras 8 años de dictadura.Pakistán quedó acéfalo de oposición. Bilawal, el hijo de 19 años de Benazir, estudia en Oxford. Bakhtawar y Aseefa, sus hijas de 14 y 17 años, siguen el secundario en Dubai, donde vivían con su padre, Asif Zardari. Su marido pertenece a una de las familias más ricas del país y lo llamaban "Mister 10%" por sus pedidos de comisiones cuando fue ministro de Inversiones. Nunca mostró tener pasta de político. Probablemente quien más posibilidades tenga sea Fatima Bhutto, su sobrina de 25 años y periodista, que estudia en Londres y detestaba a su tía por rencores familiares. El Partido del Pueblo (PPP) no tiene más líder después de la muerte de su presidenta vitalicia y probablemente deba recurrrir a los menores, como la trágica familia india de los Ghandi. Con esa sentimentalidad que carga a la política tribal feudal, el dolor de esa dolorosa ausencia podría convertir al PPP fácilmente en vencedor de las elecciones.Bhutto no sólo era la enemiga pública de Al Qaeda, la única con una base popular capaz de disputarle el sur y la zona tribal. Sus enemigos eran variopintos y poderosos: el establishment paquistaní; el ejército que detestaba a los Bhutto y en manos de quien su padre murió ahorcado en Rawalpindi, y el ISI, el Servicio de Inteligencia paquistaní.Después del atentado en su caravana de bienvenida donde salvó su vida, ella sintió que la matarían si pudieran y que Musharraf no le había otorgado suficiente protección. Ese fue el mensaje que pidió a su vocera en EE.UU. que transmitiera a Wolf Blitzer, el periodista de la CNN, si ella moría. Setenta días despues su premonición se cumplió.En el mail del 26 de octubre, Benazir decía que si fuese asesinada, la responsabilidad sería de Musharraf. Ese mismo día, ella envió al presidente paquistaní una lista de nombres y números de teléfonos de quienes querían asesinarla. En ella estaba un oficial del poderoso ISI y un conocido empresario paquistaní. Los nombres habían sido provistos por un "país amigo": Arabia Saudita, gran inversor en una nación que crece al 9% anual y cuyas inversiones están ahora en peligro.En medio de un vendaval de teorías conspirativas, el gobierno paquistaní insiste en que detectó indicios de la responsablidad de Al Qaeda en el asesinato. Asegura haber interceptado una comunicación de Baitullah Mehsud, un joven mullah de Waziristan y vinculado a Al Qaeda, que es el mentor activo de la rebelión pro talibana que se ha extendido a Swat, a 120 km de Islamabad. No es el estilo de Al Qaeda disparar sobre un rehén y luego explotarse como mártir.Para los expertos es demasiado prematuro hacer este tipo de afirmaciones. Al Qaeda sería la respuesta obvia e inquietante. Pero más preocupante es que Benazir pudiera haber sido víctima de una conspiración no talibana, donde podrían haber participado islamistas infiltrados en los servicios de inteligencia del ISI, que reciben cuantiosas sumas de ayuda norteamericanas encubiertas y al mismo tiempo, tienen simpatías fundamentalistas y apoyan a los ultraislámicos. Por eso, los críticos de Musharraf no están convencidos de que el asesinato de Benazir haya sido ordenado por Al Qaeda.